lunes, 2 de febrero de 2015

Así como es en la montaña, es en la vida. Trekking para crecer.

Viajes a Bariloche trekking
Hará unos 5 o 6 años vine a Bariloche y entre algunas de las actividades que hice, subí al refugio Frey. La mayoría de la gente que deja su opinión en internet sobre este circuito de montaña dice que es entre fácil y medio, que casi cualquiera con un poquito de estado físico puede hacerlo, y que no se demora más de 3.30 hs aprox para llegar. Yo en ese momento tenía 24 o 25 años, daba clases de acrobacia aerea en tela, y sin dudarlo asumía de mí misma que estaba en muy buen estado físico. Tenía fuerza, coordinación, me defendía bastante bien en cuestiones de flexibilidad, tenía mucha potencia... quién iba a imaginarse lo que me pasó el “día del horror en frey”?


Me prestaron una mochila y unas zapatillas porque yo no estaba bien equipada. Tampoco lo estuve con esa mochila y esas zapatillas que me prestaron, pero era mejor que lo que tenía yo. Empezamos la subida con una amiga y un chico con el que estaba “saliendo”. Al principio todo bien; teníamos un buen ritmo, ibamos todos charlando, y el paisaje era increíble. Había bastante sol, eso sí. Llegamos a mitad del recorrido y si bien cada uno había encontrado su propio ritmo, la situación era bastante buena. Mi relación con mi cuerpo y con mi propia cabeza estaba aún en relativa armonía, sentía que podía, y que nada podía ser tan terrible. Así llegamos al arroyito. Paramos, cargamos agua, nos hidratamos, nos descalzamos y mojamos los pies, charlamos, y a los pocos minutitos decidimos volver a arrancar. Este fue el punto de inflexión, en donde toda la estabilidad tal cual la conocía (y la cual me esforzaba en mantener) se fue por el río, se cayó de la montaña, se drenó entre las piedras que salté. Acá empezó la subida del demonio, y nunca terminó.

Viajes a Bariloche trekking

Viajes a Bariloche trekking

Mis dos coequipers eran (son, calculo...) altos y flacos. Tienen piernas muy largas y paso bastante acelerado. Yo mido poco más de un metro y medio. Acá cada uno entró en una especie de meditación de silencio consigo mismo, nos empezamos a separar, nos seguimos separando, y no hubo forma de impedir que la verdadera naturaleza de cada uno de nosotros, y del equipo, emergiera a la superficie. Mi cabeza se transformó en un infierno. Todo en subida, nunca amainaba. Cuando terminaba un trayecto difícil, venía otro con una inclinación aún peor. Nunca había caminado en la montaña, no tengo buena resistencia, le puse todo lo que tenía, pero fue insuficiente. Cada paso hacia arriba era la muerte misma, y mis músculos, que siempre habían sido mi as bajo la manga y rara vez me abandonan cuando los necesito, se habían tomado el avión a Buenos Aires y me habían dejado sola con mi cabeza. Un rato después mi cabeza también me abandonó y con ella toda esperanza de fortaleza. Faltaba casi un cuarto del recorrido, la parte más difícil, pero yo no lo sabía. Todo lo que yo sabía era que no podía más conmigo misma. En un momento me dí cuenta de que todo aquello en donde yo depositaba mi confianza ya no existía. Mis piernas por primera vez en mi vida no me estaban llevando a ninguna parte. Me empecé a preocupar muchísimo y a sentir que no iba a poder salir de allí. Un paso le pedía permiso al otro. Cuando lograba juntar oxígeno y fuerza para darlo, tenía que sentarme un rato a llorar. Estaba totalmente superada y rota. La montaña me dió vuelta de adentro para afuera y me mostró de qué estaba hecha; la verdad era que no tenía fé, que no confiaba en mí misma, que siempre había querido tapar esa falta de confianza con fuerza externa, pero que por debajo de todo eso no había ni paz, ni aceptación, ni entrega, ni armonía. Lloré porque tenía miedo. Lloré porque me sentía sola. Lloré porque me dí cuenta de que mi fuerza no era tan profunda como yo pensaba. Lloré porque si no podía apelar a la fuerza en mis piernas para que me sacara de ahí, no sabía quién me iba a sacar. Lloré porque la montaña me mostró mis límites. Lloré porque si yo no me podía cuidar a mí misma, nadie me iba a cuidar. Estaba sola. Y lloré de enojo porque me dí cuenta de que no estaba con la persona correcta a mi lado. Así como es en la montaña, es en la vida.

Cuando pensé que nada podía empeorar, me equivoqué de camino y me perdí en serio. No tenía más agua, no tenía señal en el teléfono hacía rato, no tenía idea de nada. Ese camino era una bifurcación hacia abajo (hacia un río que se escuchaba a lo lejos) y yo en lugar de seguir subiendo, empecé a bajar. Bajé. Bajé. Bajé. Empecé a percibir un pensamiento en el fondo de mi cabeza que me decía “qué raro que no me cruzo con nadie”, “te equivocaste”... Y de a poco ese pensamiento empezó a crecer. Yo seguía bajando por el camino equivocado hasta que en un momento la desesperación, la tristeza, el cansancio y el miedo estallaron y se canalizaron en las lágrimas más sinceras y desbordantes que ví pasar por dentro mío en toda mi vida. Paré. Estaba perdida. Nadie sabía donde estaba y nadie me podía ayudar. Mis piernas no respondían y no veía una opción para mejorar mi situación. Me senté. Lloré mucho. Y cuando no tenés ningún recurso, lo único que te queda es la fé. Recé porque era lo último que tenía y el chiste de subir a la montaña se había convertido en una experiencia límite sobre la cual no tenía ningún tipo de control. El circuito se había ido tragando uno a uno todos mis recursos. Tuve que entregarme a la fé. Recé fuerte, recé mucho, recé con miedo y con desesperación. Y recé con urgencia. Y después de quebrarme y entregarme a algo más grande, esa fuerza poderosa apareció. Un impulso repentino me tomó, me puso de pié, me hizo dar media vuelta y empezar a subir todo el camino de nuevo con una velocidad que había perdido hacía varias horas ya, y que estoy segura de que no era mía. Las piernas que ya no daban dos pasos ni para bajar, empezaron a empujarme hacia arriba. En unos pocos minutos me encontré de nuevo en el sendero original.

Viajes a Bariloche trekking

Seguí subiendo, sin fuerza pero más aliviada de reencontrarme con gente. Yo acababa de estar en una película de terror y ahora estaba filtrada, emocionada, rota, pero al menos ya no era la misma película. Un tramo más adelante me encontré con M. que había bajado a buscarme. “Me perdí” -le dije. Pero lo que en realidad había pasado era TANTO más. Yo no le dije. Y él no preguntó.

Seguimos subiendo un pequeño trayecto más hasta la cima. Y llegamos a la laguna. Me senté a la sombra y vino mi amiga. M. se fué y se metió en el agua. A veces en las personas hay silencios que encierran muchos sentimientos y verdades que no estamos dispuestos a encarar. Mejor mirar para otro lado. Un rato después mi amiga me convenció de que me meta en el agua, diciendo que me iba a revitalizar y hacer bien. Efectivamente (me metí hasta las rodillas, que fue hasta donde más pude) y automáticamente todo se lavó. A la noche armamos la carpa, comimos arroz con lentejas que habíamos llevado, dátiles, frutas secas... y no sé qué más. Después nos despertamos a la noche porque aunque estábamos cansados, nadie podía dormir. Miramos el cielo, y compartimos algunas cortas charlas. Los dos somos buenas personas y queremos lo mejor para el otro, pero no funcionabamos como equipo. La montaña me lo estaba diciendo hacía rato y cada vez era más difícil de ignorar.

Viajes a Bariloche trekking

La bajada al día siguiente fué fácil. Duró infinitamente menos que la subida, y antes del mediodía ya estábamos tomándonos el colectivo para volver a la casita donde parábamos.

Siempre me quedó la sensación de que yo no sirvo para la montaña. Después de eso no quise volver a hacer trekking nunca más. Sentí que la resistencia no es lo mío, que por mi personalidad y mis habilidades a nivel físico y mental, la montaña es más una tortura que un disfrute. Y eso fue cierto durante mucho tiempo. Naturalmente soy más explosiva que resistente. Y mi carácter hace que siempre me cueste más trascender el momento en el que me encuentro con mi límite. Por suerte uno crece y la vida te vuelve más sereno. La fuerza bruta típica de una persona jóven va volviéndose más dócil. La energía con la que te movés por la vida va sincronizándose más con el ritmo natural del mundo, y en vez de querer hacer todo vos con la típica soberbia adolescente, empezás a hacer más silencio para escuchar a dónde el curso de la vida te quiere llevar.

Viajes a Bariloche trekking
Hace unas semanas, antes de venir a Bariloche, sentí levemente las ganas de volver a probarme en trekking. Fue una idea que emergía lenta y pequeñita dentro mío, pero no pude evitar notarla. Si lo hacía, iba a tener que ser con humildad y paciencia. No era la intención venir a devorarme la montaña y a gritarle a Frey “In your face!!!”. Me lo tomé suavemente y decidí dejar que todo vaya sucediendo. De esa manera me encontré siendo invitada al Bolsón un día, para hacer junto a otros amigos la caminta al “Cajón del Azul” (se calculan unas 3 hs de ida y 3 hs de vuelta). Fué paso a paso, todo disfrutable. Estoy encontrando una nueva forma de vivir, que es con pasitos pequeños pero constantes. Estoy orgullosa de este logro, y de haber crecido tanto. De nuevo, la montaña me enfrentó a mí misma. Pero esta vez no encontré un guerrero rígido, autosuficiente e intransigente dentro mío. Me sentí más cómoda redondeando mis aristas y amoldándome con amor a lo que el trayecto me proponía, tanto dentro mío como con el afuera. Esta vez no estaba al final del grupo. La mayoría del tiempo estuve primera. Y cuando me adelantaba demasiado, naturalmente tenía ganas de parar para esperar a los demás. Encontré que siempre es bueno respetarse a sí mismo y escuchar el ritmo natural que viene de adentro, pero sin ignorar a los otros ni dejarlos solos. Me sentí cómoda yendo adelante, pero no para ganar, sino para animar y cuidar a los que venían atrás más cansados. Mi rol o mi misión perfecta, incluso desde chica, siempre sentí que era en un puente. Yo siempre quise pararme arriba de un puente y animar a las personas a cruzar de un lado a otro. Me veía parada ahí, diciéndole a las personas “dale, animate, no pasa nada, del otro lado es lindo, es seguro, vos podés hacerlo”. Yo quería ser el que ayude a las personas a atravesar sus miedos y limitaciones para poder llegar a ser su máximo potencial. Yo quería darles la mano para que suban al puente, y después dejarlos caminar solos mientras que llegan al otro lado, animándolos desde atrás. Y así con el siguiente. Y así con el siguiente.

Pero para poder hacer eso tuve que hacerlo yo conmigo misma. Y todavía tengo algo que hacer. Hice desde que estoy acá 3 circuitos de trekking por diferentes cerros. Algunos cortos y fáciles, otros cortos y difíciles, y otro largo y relativamente fácil. Me queda pendiente el que no es ni tan corto ni tan fácil, que es Frey. Sé que puedo hacerlo. Sé que va a ser una experiencia de redención conmigo misma y con la montaña. Sé que ahora soy otra persona. Ya no soy tan testaruda ni rígida, y la fuerza que tengo a nivel físico está sustentada en otra fuerza mucho más profunda que me viene de adentro, y que también tiene que ver con la aceptación, la flexibilidad, y la humildad. Esperemos a ver cómo se da esta vez la subida a Frey, si sola, si acompañada, si en equipo, si con desconocidos... Ya veremos. Pronto les contaré.

Viajes a Bariloche trekking
Sobrevolando la cima del cerro Campanario. Ves, todo es posible.



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